La determinación de los precio de bienes y servicios en una economía de mercado se hace de forma natural mediante el juego de la oferta y la demanda.

En una economía de mercado saludable los precios de los bienes de consumo tienden a mantenerse estables cuando la demanda y la oferta se equiparan. Estos precios dependerán en primer lugar, de la cantidad de bienes y/o servicios que existen a la venta en ese mercado y, en segundo lugar, de la cantidad de oferentes y demandantes de ese bien y/o servicio. Cuando no existe un monopolio u oligopolio que altere el precio de los bienes, el precio de mercado dependerá única y exclusivamente del equilibrio entre la oferta y de la demanda. Cuanta más demanda hay de un bien, más subirá el precio y, por el contrario, si aumenta la oferta el precio de mercado será menor. El resultante es el precio de mercado, pero debo advertir que hay excepciones a esta hipótesis.
Los Gobiernos pueden intervenir favorablemente en el mercado, fomentando la sana competencia y a su vez el equilibrio entre la oferta y la demanda, tanto interior como exterior cuando la situación cambiaria lo permite. En ocasiones puntuales es saludable e incluso necesario incurrir en proteccionismo, el control cambiario y la regulación de precios; pero todo en exceso es malo y las restricciones prolongadas usualmente causan daños colaterales a la economía. De hecho, en un mercado altamente intervenido por el gobierno se falsearía la información correcta sobre los precios, y en un determinado momento estos tendrían que equipararse con la realidad económica, ser subsidiados por el gobierno o sencillamente se enfrentaría con escasez de estos.
La economía venezolana está fundada con base a una economía de mercado, pero prácticamente desde siempre los gobiernos han implementado restricciones cambiarias, proteccionismo, extrema regulación de precios (siendo la gasolina posiblemente el ejemplo más dramático) entre otras medidas que muy posiblemente deberían ser puntuales y no permanentes. Sobre este punto excluyo completamente las medidas que tienden a mejorar directamente la calidad de vida del colectivo sin poner en riesgo su futuro. De esta forma parece absurdo el precio actual de la gasolina y la eterna permanencia de un control de cambio, pero necesarios los subsidios para la salud, la educación y la vivienda.
Actualmente en Venezuela, la importación de productos para competir en el mercado interno se hace bastante factible por la política gubernamental de mantener un dólar bajo mediante el control de cambios. Pero al mismo tiempo que aumenta el atractivo de importar bienes y servicios, se perjudica a las empresas y productores nacionales que tienen que competir en el mercado interno con productos que pueden ser más económicos de importar que de fabricar en el país. Sin embargo, con el reciente aumento en el precio del dólar oficial (inicialmente mediante un tipo de cambio dual y posteriormente con una tercera banda) la importación de bienes y servicios han perdido cierto atractivo por el momento, por no decir lo costoso y complicado que puede resultar la adquisición de divisas para el comerciante.
La sana competencia y el equilibrio de la oferta/demanda no se puede imponer por decreto, al menos no indefinidamente, sino que es el resultado de una tarea constante de fomentar la inversión, las buenas políticas públicas, la seguridad jurídica, la confianza, la transparencia de trámites y la lucha contra la corrupción, no solo la administrativa sino también la judicial.
El caso de Zimbabwe
Para ponerlo en perspectiva, Zimbabwe tuvo una inflación anual de 32% en 1998 (que era alta de por si) pero en 2006 el país africano alcanzó una tasa hiper-inflacionaria del 1.281% anual. Ahora, si el número anterior le parece exagerado debe saber que para agosto de 2009 la tasa de inflación en Zimbabwe alcanzó un estimado de 11.200.000.000% (leyó correcto, no son solo 11 millones, sino 11 billones por ciento). Con lo que compraba una nevera a las 4 de la tarde, ya a las 6 de la tarde le servía para costearse una cerveza.
Ante las malas políticas gubernamentales, no le quedó otra idea al presidente Mugabe que declarar ilegal la inflación mediante decreto e intentar forzar a los comerciantes a mantener los precios a raya, pero de nada sirvió, solo para que los anaqueles permanecieran vacíos. La única medida que resultó en Zimbabwe fue la suspensión del uso de su moneda y ahora se permite el uso del Dólar norteamericano, el Euro y el Rand de Sudáfrica. El uso del dólar tuvo un gran éxito ya que en pocas semanas la inflación cayó por debajo de 0%.
Zimbabwe es un ejemplo que el mercado no puede ser absolutamente controlado por decreto, y que si las cosas se ven color de hormiga económicamente hablando, en determinado momento, con malas políticas fiscales la economía puede estar mucho peor.
