A mediados del siglo XIX, los pintores franceses, empezaron a realizar obras que presentaban la denuncia social de la explotación del hombre por el hombre como una problemática común. El hecho de plasmar asuntos reales y “poco estéticos” llevaron a los artistas a crear un estilo definido, en cual el protagonista fuera, nada más y nada menos, que el mismo hombre.

Prácticamente es la oposición al movimiento romántico, ya no hay sentimientos involucrados en la obra; la aparición del proletariado como clase social tras la revolución de 1848, brindó a los artistas un nuevo lenguaje expresivo: la realidad contemporánea. El movimiento nace como una corriente radicalizada, ya que los artistas pintaban escenas “antiacademicista” como crítica y denuncia social.
El pintor Gustave Courbet fue el encargado de acuñar el término, en 1855 tituló “Realismo” al pabellón que construyó para la exposición de más de 40 pinturas rechazadas por un jurado, que para aquél entonces preferían artistas como Delacroix. En ese lugar expuso su obra más representativa: El taller del pintor, esta fue considerada como el manifiesto de dicho estilo. Más tarde nacieron diferentes artistas en el Realismo, tales como Honoré Daumier, Jean-François Millet y Jules Breton.

En general, sus cuadros eran muy luminosos, la gran mayoría de las veces la luz provenía del extremo superior de la pieza; como ya se ha dicho no van más allá de la cotidianidad, “se invitaba” a que los artistas reflejaran la realidad de la clase trabajadora.
En general esta tendencia se caracterizó por abandonar nuevamente los paradigmas tradicionales de belleza, ellos más bien, se inclinaros por la mera búsqueda de la verdad, de la realidad de su pueblo, he aquí la razón por la cual aborrecían los temas mitológicos y simbólicos, porque éstos no correspondían al sentir de la época: la libertad ya no era más un sentimiento, si no un valor, un derecho que debía ser exigido.
