En contraste con la corriente post-impresionista, en el siglo XIX, surge el movimiento simbólico como consecuencia del agotamiento por querer captar la realidad. El simbolismo nace como una tendencia artística que trata de descifrar los misterios subjetivos y espirituales del mundo.

El Simbolismo, rechazaba lo real y le daba una cálida bienvenida a la mitología y a los temas espirituales; recurrían al uso de imágenes para representar algo o alguien, “representaban la realidad por medio signos y símbolos”. Los artistas expresaban sus sueños y fantasías por medio de las imágenes, al igual que en el romanticismo, se buscaba ir más allá de la figura como tal, cada trazo y color tenía su respectivo significado. La pintura simbólica, fue el medio que consiguieron para expresar lo más profundo del ser humano.
En esencia, las obras se caracterizaban por darle protagonismo al color, con este movimiento pudimos ver al color en su máxima expresión y en todas las variantes posibles. En cuanto a la técnica, esta estaba definida por la lectura, es decir, lo que podía llegar a expresar la obra a cada espectador, si no existía tal mensaje o el espectador no sentía la emoción del cuadro, no era una obra simbolista.
Generalmente los trabajos simbólicos tenían un carácter subjetivo y decorativo; cultivaron la belleza de la “mujer fatal”, aquella que destruye todo cuanto ama, los seguidores de esta corriente le dieron forma de esfinge, sirena, araña y genios alado, en conclusión, criaturas míticas y surreales. Se defendía el pintar con pasión, no solo el pintar por hacerlo, sino que trascendiera a otros estratos con mayor significado. La emoción era provocada por la experiencia misma.
