Todos conocemos esta fábula, siempre se hace referencia a ella en casa o en el colegio, pero realmente no la hemos aplicado en nuestras vidas como debería ser, o simplemente la hemos olvidado y hemos dejado atrás su importante moraleja.

Esta fábula nos deja más de una moraleja, en primer lugar nos enseña a no subestimar a las personas que nos rodean, ya que al tener algún defecto o no poseer virtudes visibles, no significa que sean incapaces de llegar más allá de lo imaginable. Por otra parte, nos enseña a no subestimarnos a nosotros mismos, a creer en nuestros dones, en nuestras habilidades, en lo que somos capaces de hacer y por supuesto a arriesgarnos siempre por más.
Si nos enfocamos en cada uno de los personajes, podemos aprender algo de cada uno. En el caso de la liebre, este singular animal nos demuestra que la arrogancia nunca trae algo bueno a nuestras vidas, hay que ser nobles y humildes con todos aquellos que nos rodean y así podremos llegar más alto de lo esperado.
Al ver el papel de la tortuga, entendemos que nunca hay que darse por vencido, por muy difícil que se presente el camino y por muy invencible que parezca la dificultad, siempre hay que seguir adelante, por el camino justo sin tomar atajos o hacer trampa. A veces avanzando lento llegamos al lugar que queremos y un poco más, no hay que dejarnos engañar por los sentimientos de derrota que en algunos momentos pueden llegar a agobiarnos y seguir adelante a paso de vencedores: “Lento pero seguro”.